La sala estaba más llena que cualquier cumpleaños, y el motivo de la reunión no era nada feliz, al menos esa era mi esperanza, quería tener la ilusión remota de que todos estuvieran afligidos de lo que había ocurrido. El olor a nostalgia se desprendía hasta de los tres muebles que estaban desde que la mujer decidió tener una comodidad más fuerte, una comodidad que ahora no era recurrente, sentía el vacío de que algo importante había perdido, tan importante como el secreto que nunca pudo ni deberá contar, como el secreto que tienen todas las personas y al fin se revela, al fin sale al espectáculo y se denigra. Se escuchan susurros de gargantas secas, algunos tacos de vecinas cariñosamente propietarias del mensaje ajeno, de la vida privada que no les corresponde. 

El joven puede ver todo y sentir nada, ve como se llora con el único motivo que jamás pensó, que lloraban por su presencia, esa presencia que casi pocos toleraron y que ahora aceptan con la conciencia que algo les quema, que se siente la gran mayoría de personajes presentes ahí con el nudo en la cabeza, desenmarañar ciertas actitudes, y ahora solo pueden recordar, es la única salida que les ha dado el destino.

El café nunca fue tan amargo con ese día, nunca había tomado una taza de café en su vida, pero ahora que no podía probarla jamás, sentía el amargo de la bilis de esa esencia negra del café. El olor a flores de mercado en el ambiente, las sonrisas que se imaginaba tener con nadie y ese olor a perfume barato. La madre no quería estar en la sala que siempre había decorado, que limpiaba con disciplina de recluso, detestaba su casa de años de primavera, ahora el invierno había invadido para quedarse por siempre, para hacerle recordar que podía hacer muchas cosas desde ahora pero con la sensación de que todo sería diferente.

Solo miraba como todo ocurría con tanta normalidad, lagrimas a borbotones, de verdaderas personas y farsantes de la desdicha, ahora recuerdo porque no me gusta el color negro, esa incongruencia mía de admirar tanto a Allan Poe y no gustarme el negro, ahora sé muy bien por qué no me atrae, todo es negro aquí, no solo en la sala sino desde donde los observo a todos, negro mis ojos, negro la ropa, negra la puerta que tenía una piedra que sujetaba para que el viento no la cerrara, no se debía cerrar esa puerta, debía ser un lleno pletórico este día, todos debían asistir, nadie debía perderse esta gran escena de novela. Mis familiares solicitaban mas llanto en mis amigos de manera indirecta, a mi me parecía ridículo, siempre me ha parecido un tanto ridículo que la gente llore, debe ser porque he visto llorar a tantos, que este habito se me hace aburrido, me estorba, me sofoca.

La descripción exacta texto arriba del verdadero personaje principal, la percepción que he tenido desde siempre, desde que tengo uso de razón siempre pensé que este momento sería así, claro, con los hijos alrededor y los padres ya sepultados por la tierra y no por el olvido, al entorno del cajón bien tallado los pocos amigos, yo brindando con ellos y recordando lo buen hombre que había sido él acostado inerte, haría gala de mis dotes de memorioso y contaría detalles del ahora personaje principal que dormía, pero como contar algo de alguien, si ese soy yo, como discutir con palabras si el silencio invadía todo , nadie podía oír lo que en ese momento quería decir. Las luces a medio oscurecer, típico de velatorio de quinta, de morgue en desuso. Mis libros afuera, en la mesa donde se encontraban las porta vientas con los panes, estaba presente García Márquez en hojas, en historia, estaba presente cada uno de mis huellas en esas hojas, y fue ahí donde mis luces se apagaron por completo, mi tiempo había conducido a mis recuerdos a la oscuridad y lo único que alcance a recordar antes de ir a la otro orilla es la frase del amigo de madrugadas : “La Vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y como la recuerda para contarla”… yo, ya no tenía nada que contar, me enterrarían mañana temprano, con lo que nunca me gustaron ir a los velorios, ahora me tocaba ir al mío.